Julián Eyzaguirre no viene de una familia futbolera. Su madre nunca le dio importancia al deporte, y siendo chaqueña, siempre hizo bromas al respecto de que su equipo era muy poco conocido: Chaco Forever. Por parte de su padre, chileno exiliado en Argentina, el fútbol nunca ocupó un lugar de la pasión. Con lo cual, a Julián nadie le inculcó el sentimiento y el amor por una camiseta determinada. Pero a él, sin embargo, siempre le gustó mucho jugar a la pelota y se sintió muy alejado del resto de sus amigos que iban a la cancha y tenían una tradición futbolera en su hogar. Por eso intentó ser de muchos equipos: el de sus hermanos, que eran de San Lorenzo; el de un tío que le regaló la camiseta de River; hasta de Rosario Central, porque un amigo se había hecho fanático del canalla.
Pero ninguno de esos clubes le hizo sentir algo especial ni una identificación con sus colores. Pero un día, como suceden sin razón o sin lógica las magias del sentimiento, que desconoce de lógicas, exactamente el 10 de noviembre de 2001, su padre lo despertó temprano y le dijo “vestite que vamos a ir a la despedida de Maradona”.
Y así fue como pisó por primera vez la Bombonera, asistiendo al evento deportivo más importante de aquel entonces, en medio del sector sur, rodeado de los bombos de “la 12”, donde escuchó a Diego decir que “la pelota no se mancha”. Ese día Julián tuvo una revelación y fue azul y oro, el color de su identidad futbolera y de su pasión por el equipo que decidió que será su propia tradición.
Es Julian Eyzaguirre Valderrama hincha de Boca
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